18 abril, 2008

Nocturnidad

“La hierba de Zinopasto sólo se ve de noche: como las grandes intuiciones, invisibles a la luz del día” Nocturnidad.
Rafael Argullol. El cazador de instantes.

Mi profesor de literatura en el instituto –ese hombre que cambió el rumbo de mi vida- me dijo una vez “nunca te fíes de la noche”. Por aquel entonces, yo era una adolescente que comenzaba a descubrir las maravillas del mundo a través de la lectura, una chiquilla feucha, delgada y con gafas que no le gustaba a ningún chico. Confieso que no entendí la frase a la primera. Me la dijo muchas veces y alguna incluso hizo el esfuerzo de hacérmela entender: “todo lo que sucede a partir de las doce de la noche es irreal”.
Supongo que con el paso de los años llegué a entender perfectamente lo que aquel profesor me quería decir. Con la noche todo cobra de pronto cierta irrealidad, como si los acontecimientos del día y los de la noche estuviesen hechos de materias sustancialmente diferentes. La noche lo tiñe todo de una magia especial, todo se hace posible, imaginable, alcanzable con sólo desearlo con fuerza. Los pensamientos de la noche son como revelaciones sobre nuestro propio destino, lúcidos y grandiosos, sin límite. Pero al amanecer, cuando a penas despunta el día, la luz transforma la dicha en una ilusión pasajera, que desgraciadamente ha quedado atrás. La luz borra nuestras esperanzas nocturnas, nuestros sueños, y nuestras brillantes ideas alumbradas entre copas viendo pasar las horas en el reloj, al tiempo que suena Leonard Cohen, se transforman en absurdos que nos causan sonrojo , algo así como una vergüenza tímida e indescifrable.
La noche nos hace libres, inocentes, vulnerables. Nos hace semidioses capaces de cualquier cosa, basta pronunciar una idea en voz alta para creerla posible, para soñarla realizada. Todos estamos más receptivos cuando se oculta el sol, nos buscamos, buscamos tocarnos, concedernos unos minutos de dicha, cuando nadie nos ve, cuando nadie lo sabe. Porque en la oscuridad de las horas podemos enamorarnos en un segundo, y regalar caricias y besos creyendo que nuestro amor será eterno, invencible. Un amor de una noche es el más efímero de los amores, y sin embargo, en ese instante preciso en el que sucede, es eterno, invencible.
En la noche salen los hombres lobos de caza, se forman aquelarres, los zombies despiertan de su sueño de muerte, y los vampiros recorren las calles sedientos de sangre. Lo maligno prolifera en la noche. La mentira cobra un sentido distinto, convive con el deseo y se complementa con él .Nos abandonamos a los abismos de la tentación, nos olvidamos del miedo, del compromiso, de nosotros mismos incluso.
A las doce nos convertimos en cenicientas, pero al revés que en el cuento, comenzamos a ser princesas cuando suenan las campanadas. La magia dura hasta el amanecer, cuando, con los primeros rayos de sol, nuestra carroza se convierte en calabaza y volvemos a ser los seres de tierra que éramos. A veces, igual que en el cuento, perdemos el zapato de cristal e cualquier rincón de la ciudad, en cualquier cuarto donde creímos redescubrir el amor. Es la prueba que dejamos de que esa noche realmente existió, que no se ha desvanecido para siempre en el aire. Un zapato abandonado bajo la luz de un día que nos devuelve a la rutina irremediable del trabajo, los faxes, los periódicos, los atascos, los problemas, el desamor, la vida…”Nunca te fíes de la noche”, me dijo mi profesor de literatura, y ya nunca nada volvió a ser igual.



2 comentarios:

vanesa dijo...

Ya dijo Dinio: "La noche me confunde".

¿No es en derecho que toman la nocturnidad como algo agravante del delito?¿Por qué será?

Reina de Palandria dijo...

es que de noche todos los gatos son pardos, jej