El desamor no es una enfermedad mortal. No es más que un estado de ánimo pasajero, que dura lo que tarda en llegar el verano, ni más ni menos. Y el verano está encima, nos ha caído por sorpresa y eso que el calendario ya marcaba su retraso. Así que , contenta como estoy ya no me duele nada, si acaso un poco el pie, que tengo una ampolla por el zapato, pero no una ampolla del alma. Y así las cosas, me atrevo a hablar de lo que nos aguarda bajo el sol de julio, todo ello sin despreciar los últimos días de este mes extraño que se termina. Julio es playa por las tardes en lugar de siesta (en la playa la siesta no me sale, me da por pasear) y amaneceres en un camping cualquiera, después de dos horas de sueño, con un periódico en la mano y una libreta siempre bajo el brazo, para anotar las impresiones de los días. Es olor a crema Nivea para el sol, como si fuese ese olor el olor auténtico del verano. Y café con hielo en las terrazas, y cañas en el chiriguito con el sol último de la tarde, ya la playa vaciándose de familias cargadas con sombrillas , cubos y palas. Y es amor efímero en bares al lado del mar, con el sonido de las olas y las gaviotas acariciandonos mientras nos ahogamos en wisqui. Julio es demasiadas cosas que se saben de antemano, que se esperan y que no se cuestionan porque se aceptan simplemente como son. Lo bueno de julio es precisamente eso, que no decepciona, que siempre ofrece lo justo para la felicidad de los corazones.
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