05 mayo, 2008

JAC, KI, DAM y otros freakes del montón. (Historietas frívolas para pasar el rato)






Pontevedra es una ciudad que descansa dulcemente a las orillas del Lérez. Pero a veces, alguna noche sucede que Pontevedra se ve poseída por un influjo distinto que hace que todos los pontevedreses salgan a las calles y tomen la ciudad como si se tratase de una auténtica revolución. Así sucedía la noche del jueves, en la que universitarios llegados de todos los puntos de Galicia se mezclaban con los nuestros para celebrar la fiesta universitaria por excelencia en la ciudad del Lerez, santa Katabirra. Por supuesto que yo no podía perderme tal concentración de jóvenes en la ciudad desinhibidos y con ganas de diversión. Esa noche salí con Sole, una amiga mía, que al igual que yo compagina su vida laboral/opositora con sus estudios universitarios. Sole es especial, en todos los sentidos. Es enérgica, simpática y demoledora en muchos aspectos. Cuando habla deja a todo el mundo con la boca abierta, y cuando vacila se lleva la palma. Es irónica, graciosa, inteligente, fuerte y terriblemente borde. Su bordería es lo que más me gusta en ella. A veces tememos que le partan la cara, pero sin embargo ella sabe que si algo así sucede, estaremos ahí para rescatarla.
Con Sole vinieron esa noche dos amigos suyos, Negro y su hermano Ed. Son los dos muchachotes andorranos de metro noventa de altura, uno moreno y otro rubio, exageradamente guapos, y sobre todo, que es lo que los convierte en más guapos todavía si cabe, poco conscientes de su condición de guapos. A mi, desde el primer instante en que le vi, Negro me dejó impactada. Primero por su estatura, su tez morena , sus ojos oscuros espectaculares, su sonrisa…Después por su simpatía , su inteligencia, y su forma de ver el mundo y adaptarse a todas las circunstancias. Se veía de él enseguida que era un hombre de mundo, viajado, y que había aprendido mucho por los caminos. Eso se traduce en una mente abierta, que no se escandaliza a la mínima y que se deja llevar con facilidad por los acontecimientos. Un comportamiento que a mi ya me choca un poco, acostumbrada como estoy a la mentalidad típica pontevedresa, que se caracteriza por la represión y la apariencia. Quizás esté siendo un poco dura, pero es que la actitud tanto de Negro como de su hermano me llamaron mucho la atención, y en cierta manera me conmovieron.






A primera hora de la noche nos fuimos a tomar unas cañas al pub Maruja, un antro que está en la zona vieja en el que se mezcla lo cutre de la decoración del local con la música que pinchan directamente los clientes en un ordenador. A menudo se llena de porreros, de melenudos que lucen tatuajes y piercings y de todo tipo de personajes tristes que pasan las horas bebiendo licor café o estrella Galicia, y a veces incluso jugando ratos muertos en una consola que estratégicamente cuelga del techo. El pub Maruja es un local para los que saben divertirse sin juzgar, sin miedo y con ganas. Porque en ese garito puede pasar absolutamente de todo.
Al entrar, Sole se apodera literalmente del ratón y se convierte en el dj oficial del local, nos guste o no. Por supuesto que hay quien no se lo toma bien, e intentan desposeerla del control sobre la música, provocando en ella todo tipo de reacciones extrañas, no carentes de cierta agresividad. Resulta entonces encantadora. El jueves, sin ir más lejos, se le acercó una joven rubia, monísima ella, y afirmando ser dj en Ibiza se creía en la posición de ejercer su derecho como cliente a poner una canción. La contestación de Sole al escuchar las palabras de la rubia fue fulminante: “que rollo, ¿no?” y se quedó tan ancha y tan pancha, por supuesto sin dejar libre el ratón.
Pero yo de todas estas cosas me iba enterando a medias, porque por entonces ya estaba entregada a la dulce tarea de conocer un poco más a Negro, que poco a poco iba desgranándome la trayectoria de su vida hasta llegar al momento en el que nos encontrábamos.



No sé si fue el alcohol, o el calor sobrenatural que hacía aquella noche, el caso es que poco a poco la conversación iba cambiando de tono, el ambiente se iba caldeando y yo empezaba a no poder disimular mi lenguaje corporal con el que literalmente le estaba diciendo a Negro que le deseaba con todas mis ganas. Abandonamos el Maruja con el cuerpo completamente preparado para el baile, teníamos – yo sobre todo- ganas de movernos, de sentir la música y dejarnos llevar sin más pretensiones que la diversión en estado puro. Fuimos a un local nuevo, quiero decir, de esos a los que nunca vamos, y copa en mano, Sole y yo bailamos como si de bailarines de Fama estuviésemos hablando. En una de estas coreografías, improvisadas para el momento, Sole me elevó por los aires y lentamente me dejó descender hasta el suelo. Espectacular. Todo el pub enloqueció con nuestra forma de bailar, no es porque yo lo diga, pero parecíamos auténticas profesionales. Nuestros chicos estaban para entonces completamente asombrados y maravillados, orgullosos de nuestra puesta en escena y, también hay que decirlo, algo excitados. No recuerdo exactamente cuantas horas estuvimos en aquel pub bailando y bebiendo, pero cuando por fin salimos de allí, nos fuimos a otro local, el preferido de Sole.
Camino del Zolca –local en el que terminamos la noche- la calle se convirtió en el escenario perfecto para que Negro y yo fuésemos acercándonos de una manera más íntima, entre el coqueteo y la risa.







Todo apuntaba a una noche que finalizaría con demostraciones pasionales de todo tipo, eso que yo al principio me mostraba un poco reacia a cualquier acercamiento a Negro, más allá de la charla informal, las risas y el colegueo debido al el hecho de que era amigo de Sole y eso me desmotivaba un poco. Pero salvados estes primeros remoloneos, más propios de la adolescencia que de la mujer hecha y derecha que yo soy, me dejé llevar completamente por mis instintos más primitivos, y comencé a insinuarme descaradamente, y aceptar salerosa los mensajes de deseo que Negro me iba intercalando. Sucedió entonces que en medio de este cortejo a altas horas, rodeados de humo y de gente que nos empujaba hacia todos lados, en medio de la música atolondradora, de las voces de Sole y Ed que se nos acercaban y nos hablaban a gritos para dejarse escuchar por encima del ruído, en medio de todo ese ambiente de nocturnidad enlatado, apareció, cual espectro luminoso que con su presencia lo llena todo y paraliza el movimiento de todo cuanto le rodea, Ki, mi Ki, mi adorado objeto del deseo, esa obsesión con piernas que me trae de cabeza, y que descontrola completamente mis sentidos. Verle y descentrarme fue todo una. De pronto ya no estaba allí, al lado de Negro, seduciéndole y dejándome seducir al mismo tiempo, estaba ya de lleno inmersa en mis ensoñaciones, esas que son inconfesables y que me trasladan irremediablemente a sus brazos.
Negro no se enteró de nada, o al menos eso creo, porque ni siquiera mostró asombro cuando yo dejé de pronto de hacer lo que estaba haciendo y le conduje a la barra –justo donde Ki se tomaba una copa- para pedir una cerveza. Y allí nos quedamos, Negro y yo, ya completamente separados a pesar de estar casi pegados el uno al otro. Negro me miraba con pasión y deseo. Y yo miraba a Ki de la misma manera. Y Ki, como siempre, no miraba hacia ningún lado, conversaba con la mirada perdida, inerte quizás, y le daba igual cuál fuese el interlocutor y cuál el tema de la conversación.
Pasada una media hora, y cuando ya no nos sentíamos capaces de beber una gota más de alcohol, amablemente un matón se acercó a nosotros para comunicarnos que iban a cerrar. Se encendieron las luces, apagaron la música, y nos dejaron desnudos en medio de la nada, con nuestras frustraciones al aire. Abandonamos el local, no porque yo quisiera, sino porque Sole, Ed y Negro me condujeron con la destreza de domadores hasta la puerta. Negro me agarraba de la mano y yo me dejaba ir, entre mareada y distraída. Al salir del local recuerdo que vomité. Poco más. Quizás de una manera imprecisa las risas de Ed y Sole, que mantenían una conversación con gente que pasaba, y las suaves caricias de Negro en mi frente, apartándome el pelo para que no me manchase y sujetándome para que no me cayese al suelo.


Desperté empapada en sudor y con la cabeza a punto de estallar. Tenía una bomba en las sienes. ¿Cómo llegué a casa? En mi móvil un dulce mensaje me daba los buenos días: “Hola maja, ¿estás mejor? Me vuelvo mañana a Irlanda a continuar con mi proyecto. Me encantó conocerte. ¿ te veo a la vuelta?”. Era Negro que se despedía así de mi mundo, eso sí, momentáneamente.



(continuará…)

















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