Primavera. Por fin los campos indican que estamos en la estación mágica en la que el deseo de amor se mezcla con las frustraciones del invierno, y donde a veces la depresión aflora tras el velo de las insatisfacciones y las soledades latentes. La primavera es una suerte de esperanza para los que sufren, para los que se sienten tristes bajo la lluvia, y a la vez es una esperanza para los que no consiguen sentir nada, ni conmoverse, ni emocionarse.
Las flores más lindas en esta época del año, las que anuncian todos los placeres de esta estación, son sin duda las margaritas. Sencillas, luminosas, tiernas y resistentes en su encanto y su belleza. Las margaritas son desde nuestra infancia un sinónimo claro de primavera, de tardes de sol, de alergias, de exámenes a la vuelta de la esquina, preludio del verano y las vacaciones, en fin, son la primavera misma, que se tiñe de blanco y amarillo, sobre un fondo de verde hierba que amortigua nuestras caídas como si fuese un gran manto tejido sobre los valles.
Tengo que reconocer que en invierno las echo de menos, sobre todo en esos días grises en los que el frío es una prolongación de nosotros mismos y no encontramos la manera de huír hacia delante de las inclemencias. Las echo de menos igual que echo de menos el amor, que alguien dulcemente se siente a mi lado en el sofá, al atardecer, y comparta conmigo la cena, o los problemas, o la vida, que para el caso es lo mismo. Pero el amor, ya os lo dije en otra ocasión, no siempre florece en primavera –lo cierto es que a mi no me ha sucedido nunca- sin embargo, las margaritas, jamás nos decepcionan. Y aparecen, en los mismos lugares, bajo cielos distintos , a llenar nuestros paisajes, para dejarnos jugar con ellas al bello y amargo juego de deshojar la margarita, jugándonos el amor a una sola carta, al “me quiere, no me quiere” como si de un juego de azar se tratase el enamorarse. En fin, la primavera, con sus florecillas simples que usábamos cuando éramos niñas para todo, para hacer ramitos, para hacer comiditas a las muñecas, para hacer anillos y pulseras…Quien pudiera ahora, después del tiempo, cuando ya no cree una en el amor como entonces, cuando ya no se emociona al cortar el último pétalo, al ver prendido un “me quiere” en los dedos, cuando ya no tenemos amiguitas que se pongan nuestros anillos de flor, cuando ya no nos dejamos caer por las mañanas en pijama sobre la hierba mojada…, quien pudiera ahora, recordar que la vida era tan sólo eso, ese paisaje infinito de pequeñas flores sobre los campos, bajo un sol de abril que anuncia mayo, y dejarse llevar por la música que suena fuera, en ese campo poblado de vida, y volver a creer y a sentir, como si nunca hubiésemos crecido.
Las flores más lindas en esta época del año, las que anuncian todos los placeres de esta estación, son sin duda las margaritas. Sencillas, luminosas, tiernas y resistentes en su encanto y su belleza. Las margaritas son desde nuestra infancia un sinónimo claro de primavera, de tardes de sol, de alergias, de exámenes a la vuelta de la esquina, preludio del verano y las vacaciones, en fin, son la primavera misma, que se tiñe de blanco y amarillo, sobre un fondo de verde hierba que amortigua nuestras caídas como si fuese un gran manto tejido sobre los valles.
Tengo que reconocer que en invierno las echo de menos, sobre todo en esos días grises en los que el frío es una prolongación de nosotros mismos y no encontramos la manera de huír hacia delante de las inclemencias. Las echo de menos igual que echo de menos el amor, que alguien dulcemente se siente a mi lado en el sofá, al atardecer, y comparta conmigo la cena, o los problemas, o la vida, que para el caso es lo mismo. Pero el amor, ya os lo dije en otra ocasión, no siempre florece en primavera –lo cierto es que a mi no me ha sucedido nunca- sin embargo, las margaritas, jamás nos decepcionan. Y aparecen, en los mismos lugares, bajo cielos distintos , a llenar nuestros paisajes, para dejarnos jugar con ellas al bello y amargo juego de deshojar la margarita, jugándonos el amor a una sola carta, al “me quiere, no me quiere” como si de un juego de azar se tratase el enamorarse. En fin, la primavera, con sus florecillas simples que usábamos cuando éramos niñas para todo, para hacer ramitos, para hacer comiditas a las muñecas, para hacer anillos y pulseras…Quien pudiera ahora, después del tiempo, cuando ya no cree una en el amor como entonces, cuando ya no se emociona al cortar el último pétalo, al ver prendido un “me quiere” en los dedos, cuando ya no tenemos amiguitas que se pongan nuestros anillos de flor, cuando ya no nos dejamos caer por las mañanas en pijama sobre la hierba mojada…, quien pudiera ahora, recordar que la vida era tan sólo eso, ese paisaje infinito de pequeñas flores sobre los campos, bajo un sol de abril que anuncia mayo, y dejarse llevar por la música que suena fuera, en ese campo poblado de vida, y volver a creer y a sentir, como si nunca hubiésemos crecido.
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