“No la he vuelto a ver desde aquella noche en la que llovía torrencialmente y yo me encontraba al borde del abismo. La bebida no bastaba para consolarme, no hacía efecto, y entonces, cuando irremediablemente me sentía dispuesto al abandono definitivo de mi propia consciencia a cualquier sustancia que me permitiese mantenerme en pie con un mínimo de dignidad, allí apareció ella, sentada a mi lado en la barra del bar de Flop. Fúe como una aparición mágica, un ángel que venía de otro mundo a salvarme con su sonrisa, con su dulzura, con su humor y su ironía. Conectamos enseguida, quizás porque los dos estábamos esa noche perdidos. Ella fue mi flotador, y creo que yo fui el suyo. Pero lejos de nuestras penas y desgracias mutuas, surgió algo diferente, una conexión que muy pocas veces se da entre las personas.
Desde el primer momento en que vi sus ojos, y me habló, deseaba con fuerza besarla, como un impulso irrefrenable y casi inhumano. Al salir del bar de Flop pude estrecharla entre mis brazos, los dos bajo la lluvia , resguardados en un miniparaguas roto. Creo que nunca agradecí tanto la lluvia y la noche, como dos esencias unidas y cómplices de mi felicidad. Nikita era mi salvadora, la reina de la humanidad entera, mi diosa, mi musa. Todo comenzaba en ella y todo terminaría en ella. Lo que escribiera en adelante sería para ella, lo que hiciese en adelante sería por ella.
La sola idea de poder sentirla desnuda, mi piel contra su piel, me mareaba. La llevaba esperando toda mi vida, y al encontrarla me sentía paralizado por un temor extraño, como si las obligaciones, las responsabilidades y los compromisos tuviesen alguna relevancia que yo hasta ahora desconocía.
Llegaron los besos, y pude sentir su piel, su carne contra mi carne, el calor de su cuerpo en el mío. No quise enamorarme. En parte porque mi corazón tiene una hipoteca con intereses muy altos, y en parte porque siempre pierdo en los juegos de azar.
Nikita no se entrega, se presta, volátil, de una manera intensa pero superficial, como si nunca pudieses tocarla del todo. Te muestra su reino, te acoge en él como a un huésped al que despide al amanecer con una sonrisa en los labios. Todo en ella es suave y efímero. Cómo decirle a alguien que tiene media ciudad rendida a sus pies que este pobre servidor lo dejaría todo por quedarse de alquiler en un pedacito de su corazón…
Ki me dijo que la vio la semana pasada, en un garito de la zona, el Zolca, creo. Me contó que estaba vomitando a la salida, a altas horas de la madrugada, al tiempo que le comía la boca a un tiparrón alto, guapo, morenazo y delgado – según la descripción de Ki- y que parecía ausente, supongo que por el exceso de alcohol. Claro que a Ki no hay que hacerle demasiado caso, se mete de todo, y a veces imagina cosas, mezcla la realidad con sus fantasías y construye un mundo a su medida. Para él las noches siempre acaban bien.
Podía ahorrarse los detalles, aunque el vomito y los besos nunca casan bien,y no son indicativo de una pasión incontrolable. Es así, mi Nikita, un espíritu libre que consigue que los hombres se arrodillen a sus pies, para luego dejarlos tirados como una colilla.
Desde entonces no hago otra cosa que pensar en ella, no dejo de buscarla cada vez que pongo los pies en la calle. No tengo ni siquiera su número de teléfono, y sin embargo escribo en una libreta todos los sms que me gustaría enviarle. Uno al despertar, otro al acostarme. Y así día tras día. ¿Cuándo volveré a verla?”
Jac.
(Continuará…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario