29 febrero, 2008

Está todo concluído. Podemos decir que no ha sido fácil, pero tampoco conviene dramatizar. Cuando el frío no aparece cuando tiene que hacerlo, nos agarramos a esta primavera adelantada con cierta pasión estremecedora. Las tardes luminosas se alargan más de lo imaginable, y los domingos se convierten en la medida de todo, en el marcador de cuanta felicidad llena nuestras vidas.
Pero las estaciones a destiempo también nos producen cierta inquietud, cierto nerviosismo que no es fácilmente apaciguable. El calor nos lanza a la calle sin rumbo, sin espectativas definidas y nos comportamos un poco como zombies que esperan el paso del tiempo como algo liberador. La memoria del invierno, de las últimas y escasas lluvias, de las noches de frío arrebujados en el sofá y de las tardes calentado las manos con una taza de café, queda demasiado lejana, solapada por la luz de una tarde plena en la que los escaparates de la ciudad bulliciosa nos ofrecen una nueva visión del mundo , la ropa de temporada.
Las noches , sin embargo, no se parecen a nada. A ninguna otra noche. Se consagran al porvenir, al futuro efímero de los amores soñados, a la verdad última de esos paseos por entre las piedras dormidas de los callejones, con un olor en el aire casi a verano, ya sin bufandas, sin paraguas. Y en medio de esa nocturnidad apetecible, recobramos los recuerdos de tiempos lejanos, sin melancolía, sólo como un simple ejercicio memorístico que nos complace y reconforta. Cuando éramos más jóvenes...Y así Febrero se cierra con una dulzura enérgica, como si no fuese febrero lo que dejamos atrás, si no un mes cualquiera que se creó ex proceso para este baile de ensoñaciones, rebeldías y promesas que convertimos en la esencia misma de nuestra existencia en este mundo.

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