En un mismo tiempo se encierran a la vez muchos tiempos distintos, que se solapan, que hacen confundir los sentimientos. A veces se derraman lágrimas porque no queda nada más después de la batalla que llorar los sueños rotos. Las decepciones también se lloran. Y entonces, un cantautor en un escenario nos cuenta que los bares son las catedrales del desamor, y evoca la infancia que todos tuvimos , y nos recuerda que la vida se la juega uno también en las derrotas, cuando se siente vencido, pero aún le queda un último aliento. Y sabe uno que las cosas acaban colocándose en el lugar preciso, en ese que el destino les depara, irremediablemente. Las sonrisas caben también en los corazones heridos en una tarde cualquiera de febrero, donde las palabras que se dicen no son tan importantes como las palabras que se callan. Pero hay otras voces, resonando como un eco lejano. Y recuerdas que también es bueno hablarle a una botella, como si fuese un micrófono, como si fuese una lanza que se clavará en nuestro pecho, quizás para salvarnos del miedo.
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