Estoy leyendo una novela que me hizo recordar aquella otra grandísima novela, auténtica obra de arte, Cien Años de Soledad. Me hizo recordar también mi infancia, e incluso la infancia de mis padres. Porque también se puede recordar como si lo hubiesemos vivido las vivencias que nuestros padres o nuestros abuelos nos han relatado tantas y tantas veces, en noches de invierno, cuando no había mucho más que hacer. Me hizo recordar la única historia de amor que he vivido. Porque el amor sólo sucede una vez en nuestra vida. Nos enamoramos de una persona y proyectamos en ese amor una serie de sensaciones, de sueños , de espectativas. Y luego, cada historia de amor que vivimos en el futuro no es sino la rememoración de ese primer amor, una pura y simple reminiscencia, en la que identificamos en la sonrisa del que ahora comparte nuestra cama la risa aquella que nos conquistó hace tantos años. Y el carácter de quién comparte nuestra vida ahora no es más que la modificación que cabría esperar del carácter de aquel chiquillo al que amamos hace diez años por el propio devenir del tiempo. Todas las historias de amor no son más que la primera historia de amor, repetida en cada beso que damos, en cada mirada tierna que ofrecemos, en cada declaración de amor que pronunciamos.
Mi primer amor se llama Victor. Nos conocimos cuando yo tenía 20 años y él 19, nos enamoramos la tercera vez que nos vimos, y después de poco más de tres años de relación cada uno siguió su camino. A partir de entonces mi vida amorosa -caracterizada por la frustración- no ha sido más que una búsqueda constante de un Victor adulto , que me devuelva a la misma sensación de enamoramiento que sentí a los veinte. Y cada hombre que me llega a hacer sentir algo parecido al amor, es un clon de aquel primer hombre al que tanto quise. Se que estoy enamorada cuando vuelvo a los brazos de Victor, a aquella complicidad que conquistamos con el paso de los días, a la tranquilidad y la felicidad que supusieron para mi aquellos tres años de convivencia. Se que estoy enamorada cuando me siento tan bien con alguién que olvido todo el tiempo que ha pasado desde entonces, cuando hay una continuidad perfecta entre aquella relación primera y lo que en ese instante estoy sintiendo. Me sucedió dos veces más. Dos veces repetí mi primera -mi historia- de amor, y ahora , que ya manda más mi cabeza que mis sentidos, se que podría fácilmente abandonarme de nuevo a los brazos de un Victor, ( el que ahora está en mi horizonte) y dejarme sentir ese roce conocido y amable , esa calidez que da el saberse enamorado.Sin embargo, lo malo que tiene repetir una y otra vez, a lo largo de las distintas etapas de la vida, la misma historia de amor, es que ya sabes cómo finaliza, y eso rompe la magia. Da un poco de pereza. Y por eso , tengo la impresión de que sólo me enamoro cuando creo que empiezo a olvidar.
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