22 julio, 2008



Me pregunto dónde estás
dónde dejaste la maleta
abierta cargada de ropa sucia.
Me pregunto quién será
ahora la que lave tus calzoncillos
manchados de desventura.
Hoy bajé a desayunar
a la terraza en la que
conocían nuestros gustos
y nadie se fijó en que tu no estás.
Pedías siempre un vaso de agua
-imagino que ahora seguirás
con esa costumbre-
y te tomabas una pastilla de color gris.
Era la que te arreglaba la cabeza.
La camarera sabe que el agua
era para ti, no me la puso.
Esta vez soy yo la que pide
un vaso de agua para tragarme
una pastilla verde.
Para mi corazón, que se está muriendo
desde que te fuiste.
Ver vasos vacíos me encoge
el alma, me llena de lágrimas por dentro.
Todo me parece normal,
una mañana cálida de Julio,
con el periódico anunciando lluvias
en la página del tiempo,
el bullicio de la calle, los coches
a toda velocidad echando humo,
las oficinas llenas, el verano
descargando su furia roja sobre
los que no tenemos vacaciones.
Y sin embargo nada es normal.
Estoy en una cafetería
hablando con una silla vacía.

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