07 marzo, 2008

A veces hay que romper con determinadas cosas, a veces esas cosas son tan sólo ideas vacías, que creímos que tenían importancia, pero que realmente no era así. Romper es siempre difícil, parece un acto de venganza, de rebeldía, de coraje y al mismo tiempo de superación . Romper a veces implica comenzar de cero, a veces, tan sólo, recomponer los pedazos.
Hoy mi ruptura tiene que ser definitiva, sin posibilidad de vuelta atrás. No caben arrepentimientos ni montar el rompecabezas con los pedazos que queden más intactos. La ruptura así entendida es toda una liberación, que nos convierte necesariamente en personas distintas, o al menos, eso es lo que a mi me gusta creer.

Cada fractura tiene unas consecuencias, muchas de las cuales no son previsibles, sin embargo siempre esperamos a que sucedan. Marzo es un buen lugar para tirar de una vez con la mala costumbre de estar en los lugares equivocados, aún a sabiendas de que uno está de más, y de que es cuestión de tiempo que terminen por echarlo por las bravas. También puede uno dejar de hurgarse las heridas, dejar que cicatricen de una vez, al tiempo que se dedica a cosas más interesantes que la autocompasión o el aburrimiento.
En marzo uno puede redescubrirse o construirse desde el principio, sin tener que partir de una imagen preconcebida y ya gastada de nosotros mismos. Hay que eliminar los límites, las barreras, las aduanas, y soltarse un poco la melena.
Cada estación tiene sus tópicos malditos grabados a fuego en las entrañas, pero no debemos dejarnos engañar. El amor no llega siempre en primavera, ni la felicidad asoma en las vidas de la gente de pronto, como si fuese un anuncio de televisión. Pero eso no debe hacernos pensar que todo está ya concluido, que la suerte está echada o que marzo es simplemente marzo y nada más. Porque la clave está en romper, en hacer que las cosas que no nos gustan dejen de tener importancia, y sobre, en conseguir que aquello que existe de verdad, lo que palpamos diariamente ,los únicos afectos seguros que cada uno guarda en sus bolsillos, sean lo que más importe. Porque los días se construyen desde cero, y siempre se puede empezar con una maleta vacía, e ir contracorriente, huyendo del tiempo.
Romper, a veces, es simplemente aceptar nuestro propio destino, sin saltar en los charcos, sin despreciar lo que nos ha sido dado, sin pretender transformar el universo entero para hacer el mundo a nuestra medida. Aceptarnos a nosotros mismos, en medio del lugar que ocupamos, que compartimos, que dosificamos a medida que pasan los días. Y crecer. Crecer sin miedo, conocedores de que todo, absolutamente todo, es mudable en un sólo segundo, sin que podamos hacer nada para evitarlo. Un golpe de suerte, un azar inoportuno, puede cambiar el rumbo de las cosas y llevarnos a cualquier paraíso que no habíamos previsto. O al revés. Por eso también conviene estar preparado para vivir en el presente, sin empeñarnos en sueños imposibles, pero sin conformarnos con los sinsabores de las rutinas. Romper, para empezar en la medida en que nos dejen. Para buscarnos una y otra vez, aunque nunca lleguemos a encontrarnos del todo.


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