"Cuanto se habla y se escribe sobre esos matrimonios en los que los cónyuges están aferrados a la infelicidad durante toda una vida, y qué poco de todas esas parejas jóvenes que, sin mayores lazos que una fidelidad mal entendida, se entregan dócilmente al aburrimiento de unos sábados y unos domingos larguísimos, en el banco del parque, frente al televisor, en comidas familiares, interpretando antes de tiempo al matrimonio que, a no ser que alguien se cruce por medio ylo remedie, habrán de ser; desleales precoces a sus propios deseos, olvidadizos de toda aquella fiebre que les provocó la promesa del sexo cuando aún no sabían cómo era y a la que van a renunciar mansamente por pensar que la torpeza está en ellos mismo, en su naturaleza, y que la realidad debe ser ésa y no otra, así de decepcionante, una realidad no destinada a coincidir con los sueños. O tal vez lo que ocurra es que sienten pena por el poco atractivo que le encuentran al otro y se autoconvencen de qeu esa compasión tiene un origen noble. Y por medio andan los amigos que, en esa edad en la que no entiendes más moral que la que te dictan tus iguales, se convierten en guardianes de una infelicidad de manera más implacable que la que en un futuro ejercerá la propia familia."
Elvira Lindo, Lo que me queda por vivir
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