10 diciembre, 2010

Cuando lo nuestro era una cosa prohibida apareció en mi casa a las ocho de la mañana con su perro para escapar de su casa sin levantar sopechas a su mujer. Ahora que es "libre" se dedica a perseguir -sin demasiado éxito- lolitas pijas a las que sus papás les ponen hora de vuelta a casa. Hay sin duda un punto de crueldad en todo esto, yo enamorada hasta las trancas dándome a la bebida como único acto permitido después de tal derrota y él , borracho también y frustrado su cortejo, resoplando y girando sobre sí mismo.
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El primer café de la mañana es uno de los mayores placeres de mi vida, incluso ahora, sin lactosa, la vida me sonríe desde cada taza de café con leche servida con noticias frescas.
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Cuando me di cuenta de que le acababa de enseñar una foto suya que un día le saqué por detrás en la playa de Portocelo sin que se diese cuenta yque celosamente guardaba en mi móvil patata ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Ya destapara mis cartas y no valían arrepentimientos. Así que le hablé de tantas otras cosas que de alguna manera supusieron una intromisión en su vida , con un tufillo de obsesión que podría poner de punta los pelos a cualquiera. Afortunadamente en este caso el hombre ganó al mito y me desperté tremendamente feliz, con los recuerdos de mis pesquisas pasadas completamente borrados.
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Los hombres tristes me producen un desasosiego extraordinario, algo así como la contemplación de un bicho al que le falta una pata y se arrastra lastimosamente mientras no le llega la muerte. Pero también me aburro enseguida de tal contemplación y aunque no puedo terminar la escena con un aplastamiento sin contemplaciones-como haría con el bicho-, suelo darme la vuelta a tiempo y mirar para otro lado intentando olvidar que un día se cruzaron en mi camino él y su tristeza.
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...era viernes y la cosa pintaba bien. Casi siempre pinta bien. Dediqué unos minutos a pensar en su pañuelo negro cubriéndole parte de la frente y sus pantalones de montaña. Cospedal hablaba en la tele con un run run molesto que me estaba jodiendo demasiado. Pensé también en lo difícil que es entender a los hombres y lo fácil que me resulta entenderme con las mujeres. Pero afronté el día con optimismo porque -por una vez- no tenía ganas de meter la cabeza bajo tierra ni flagelarme hasta la muerte. Y entonces se me pasó por la cabeza una idea atroz: ¿podía ser aquello la felicidad?

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