02 junio, 2010

Estoy reconstruyendo mi vida. O al menos eso creo. Claro que para reconstruír algo primero hay que destruírlo por completo, y en esa fase estoy de la reconstrucción, en la destruirlo todo. Estoy destruyendo mi vida.
He tomado una decisión. Irrevocable. ¿Irrevocable? Me gustaría creer que sí, que no hay vuelta atrás, que esto es el principio del fin y que no se hable más. Hoy me duele la cicatriz del marcapasos, debí de hacerme daño follando, me pasa amenudo. Duele. El marcapasos acaba por clavársete en tu propia carne , te hace contusiones y derrames en la piel, desde dentro hacia fuera. Se incrusta a veces entre los huesos. Todo por malas posturas, movimientos inadecuados.
Estoy leyendo un libro que me motiva mucho, eso es indudable. Me contagia optimismo y cierto grado de libertad extra, de sentimiento extra de libertad, mejor dicho. Soy mía y de nadie más y destruyo mi vida como quiero. Alguna vez he pensado que ya soy mayor para destruír mi vida, para decidir de la noche a la mañana que todas las decisiones que tomé hasta el día de hoy fueron equivocadas y que debo dar una patada a todo y empezar de cero. Pero luego lo pienso mejor y veo que empezar de cero no es para tanto, sobre todo si no te queda otra. Si un terremoto arrasa tu casa, mata a tu familia , destruye tu empresa y en general la economía al completo del país en el que vives, no te queda otra que empezar de cero o morirte. Tengas la edad que tengas.
Lo difícil no es empezar de cero, sino hacerlo por decisión propia. Lo difícil es ponerse a destruír una vida como si te sobrase el tiempo. Por eso hoy me siento muy orgullosa de mí.
Para destruír una vida lo primero es tranquilizarse, y no hacerlo todo a tontas y a locas, que luego recoger los escombros y limpiar es mucho más díficil. Tranquilizarse. Estoy en ese punto. Me estoy tranquilizando. Por eso me pongo flores en el pelo y hago abdominales matutinas y como mucha fruta, para tranquilizarme. Para darme ánimos a mi misma.
Pero junio no me está sentando bien, y eso que llevamos dos días nada más. Me atormenta una nostalgia inesperada de la que tiene la culpa el mismo libro que me inspira y me motiva. Jorge se instaló en mi cabeza de nuevo. Tengo que colocarlo en algún sitio y continuar. Pero este calor, por las tardes sobre todo, me recuerdan tanto a nuestros encuentros sexuales. Y pienso en su piel, en su sudor, en su forma de besarme entre ardiente y patoso. Se atropellaba a veces con tanto deseo. Creo que no le quería, pero me había acostumbrado a su cuerpo, a sus ojos azules, a su forma de acariciarme la cabeza.
No. El pasado tenía que estar ya en otro sitio, colgado de las paredes a modo de retrato, o guardado en la cajita del marcapasos junto cuatro tonterías más. Pero me empeño en recordarle y en pensar que le quería. En creer que él también me quería. Pero lo peor es cuando me da por pensar qué estará haciendo él ahora, cómo mirará a su bebé , con qué ternura le cogerá entre los brazos, y cómo hará el amor con su mujer, con qué frecuencia y con qué ganas. Es una forma como otra cualquiera de torturarme, y no me ayuda a tranquilizarme. Es un paso atrás en mi proyecto de destrucción de mi vida.
Creo que me hice un poco frívola. O me cansé de pensar en los otros, de dar abrazos sinceros, de entregarme. Ahora finjo que me entrego, y lo hago muy bien. No doy amor porque no me siento capaz, pero tampoco me interesa demasiado recibirlo. Me gusta ese chico que lleva los pantalones caídos, llegándole a las rodillas. Ya no tiene edad, pero supongo que mantiene la dignidad haciéndonos creer a todos que es su estilo. Si lo pienso bien me parto de la risa. Me contó no se qué historias de que estaba anclado en un amor de su pasado, que estaba enamorado de su exnovia. Una excusa perfecta para mandarme a paseo, para decirme que no le gusto, que un polvo bien, pero que tampoco vamos a hacer ningún drama de esto. Y me pareció una forma tan poco original de mandarme a freir espárragos que creo que le perdí un poco el respeto. No me gusta la gente que no es original. O al menos la que no finge serlo. Fingir, creo que en el fondo esta es la clave de nuestro mundo. No importa lo que las cosas son, sino lo que parecen. No importa que me quieras, tiene que parecerlo. Cada día me convenzo más de esto, de que hay que empezar por fingir para que luego terminen siendo las cosas de esa manera. O de otra, da igual.
El caso es que me gusta, a pesar de todo. A pesar de sus pantalones y de su forma de decirme que no. Aunque a veces parece que me dice que sí, o que quiere decirme que sí, pero aún no lo sabe. Y a mi eso ya no me importa ,porque hace mucho tiempo que aprendí a querer sin que me quieran, y aprendí también que lo que los demás sientan por mi o dejen de sentir, nada tiene que interferir en mis sentimientos.
No le espero. Ni a él ni a otro. Eso iría en contra de mis planes de destrucción. Eso sería construír, y para empezar a construír debo destruirlo todo primero. Que no quede absolutamente nada.

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