Déjame que te lo cuente bien, como se cuentan las cosas que en realidad nunca sucedieron que y habría pagado una un mundo entero para que sucediesen.
Aún no era verano, pero la noche era cálida y mayo tocaba a su fin. Los corazones latían al unísono por un sueño imposible y las apuestas se fueron echando en vaso de plástico con cierta determinación, como si realmente fuésemos expertos. Yo aposté con el corazón -dejando la racionalidad y el gusto a un lado- por un segundo puesto para España. Gana Dinamarca. Es mi país, el que me ha tocado representar con mi acreditación. Y arrancan las votaciones en directo. Duelo entre Alemania y Dinamarca en Oslo en los primeros minutos de la votación. Duelo de Emmas en el salón, que se levantan y saludan a la llamada por megáfono del anfitrión.
La victoria de Alemania no coge a nadie por sorpresa y se celebra como un triunfo de España en un mundial. Hay top five y ahí estamos sonrientes y pletóricos.
Luego toca desmelenarse, que de todo tiene que haber en las viñas del señor, y hay un momento en que un hielo me recorre la espalda para devolverme un poco a la realidad. Hago de bailarina, de muñeca de trapo y de arlequín a la vez, voy sobrada de inspiración y de desvergüenza. Y cuando me cruzo con M en la cocina se corta por unos segundos el aire. Nos reconocemos. Los besos del año pasado resuenan como un estruendo de pájaros locos en mi cabeza: estalla la memoria. Aún quedaba Eurovisión para rato aquella noche.
El espectáculo de pelucas y micrófonos se sucede como en un circo esperpéntico en el que todo el mundo se divierte y nadie llega ni siquiera a rozar el ridículo. Hay cierto aire de libertad entre esas cuatro paredes entre las que resuenan los ecos de una televisión a toda voz y las voces de gente que habla, ríe, bebe, y levanta la mano en respuesta a las preguntas que asaltan el ambiente a golpe de megafonía. ¿Quién lleva bragas?, por ejemplo. ¿Quién espera llevar bragas alguna vez? ¿Quién apoya el decretazo de Zapatero?¿Quién apoya la ley del aborto? ¿Quién estuvo alguna vez en Irlanda?...El espíritu de Peter Pam lo envuelve todo y se confirma su presencia cuando irrumpe la policía para decirnos que la fiesta terminó, que hay que poner rumbo a otros escenarios y que no cantemos más por esa noche. De beber no dicen nada. Se baja el telón en el número 17 , primero de la calle Astorga, se apagan las luces y los artistas abandonan en discreto silencio la estancia, en grupitos de cinco o seis, algo cabizbajos e incrédulos. La policía espera paciente a que se complete el desalojo. Somos como quinceañeros a los que les echan una regañiña por portarse mal. Pero si todo era demasiado inocente...nos disculpamos, y nos creen, pero las acreditaciones al evento denotan cierta excentricidad que no acaba de cuajar, que nos culpabiliza a pesar de todo.
En un garito hay una fiesta para freaques como nosotros que buscan arraigo eurovisivo, un espacio donde llorar las penas de lo vivido y de lo que no pudo ser. Y el chico de camisa de rayas , que lleva los ojos perfilados de negro, le echa miradas guarras e insinuantes a un amigo. Creo que tardan viente minutos en comerse la boca el uno al otro. Suena la canción de Noruega del año pasado, la que se alzó con el triunfo y que nos recuerda que el tiempo pasa pero nuestras vidas están justo en el mismo punto. Punzada en lo más hondo, nos resistimos a crecer.
Pero M se acerca sonriente y me coge de la mano y todo se olvida, incluso que él es homosexual y que no vale la pena ilusionarse por mucho que te revolotee.
Las conversaciones en los baños siempre fueron mi especialidad. En los bares de ambiente no pasa nada porque se cuelen un chico y una chica en un baño, se trata sólo de compañía. Luego una, a fuerza de frecuentar esos ambientes , acaba acostumbrándose y le parece normal decirle a cualquier hetero en el medio de una conversación de barra tomando una copa, que te acompañe al baño, para no perder el hilo de la conversación.
M se fué dejando vencer por una sensación entre ternura y deseo, ficticia probablemente ,pero qeu sin duda le reconfortaba. Me llevaba de la mano como si temiese perderme de vista entre la multitud de borrachos y locas transnochadas. Y en una esquinita de la barra de un pub construímos una isla en la que dorarnos la píldora el uno al otro. Pasamos de la frivolidad al sentimentalismo, y del sentimentalismo al drama, para instalarnos luego en una confusión de sentimientos y deseos que dejamos que se explicasen solos, pero que desde luego nosotros no cuestionamos. "Bailar pegados es bailar..."sonaba desde un lugar lejano de la memoria eurovisiva, yo tenía quince años y un recién implantado marcapasos que le daba ritmo a mi corazón , pensé en Senén, aquel amor platónico del instituto, y regresé a los ojos detrás de las gafas fashion de M para perderme en un beso ilógico.
Entre tonteo y tonteo M se dispersaba mirando el culo de un chico que pululaba por allí. Eso me pone siempre de los nervios, que confundan sus gustos y que jueguen a la conquista de mujeres con armas tan poco heterosexuales que acaban por dejarme siempre desarmada e indefensa. Se cuelan entre tu escote con un arte que no encuentras en ningún otro lugar, y cuando tocan mis piernas dicen sin tapujos que no tengo gramo de celulitis y se ponen cachondísimos.
Poner cachondos a los gays es una de mis especialidades inconscientes. Yo no deseo generar dudas en su sexualidad después de la segunda copa, pero sucede con frecuencia. Algo del todo inexplicable, dice un amigo mío.
El caso es que M se dispersaba y yo empecé a recobrar la lucidez que perdí en aquel torbellino de nostalgia quiceañera al que me llevara la canción de Sergio Dalma. Y partí por mi cuenta rumbo hacia un lugar seguro, mi cama.
Pero volver a veces no es del todo fácil. Un amigo me requiere para que lleve condones y lubricante para coronar una noche de pasión que se había ido construyendo de bar en bar y de copa en copa. Que se te acaben los condones en medio de toda la pasión y además sean las seis de la mañana es una putada siempre y cuando no tengas a una amiga deambulando por las calles y que está dispuesta a ir a una farmacia de guardia y hacerte la entrega a domicilio en menos de veinte minutos, como si se tratase de Telepizza.
Camino de la farmacia me encuentro con otro amigo que se perdió entre los bailes del primer antro al que nos arrastró el desalojo policial, y le digo cuál es mi próxima misión. Por supuesto que me acompaña, que para eso están los amigos. Y en la hora indicada llegamos con los condones para la feliz pareja que aún tiene el brillo del primer encuentro en las pupilas. Se han amado ya, pero necesitan entregarse del todo, reventar si es preciso, antes de que amanezca. Aún nos acomodamos todos en el salón y nos servimos una última copa. Y el mundo empieza a llenar ese último espacio de la noche, con su crisis económica, con las medidas de Zapatero, con la caída inminente del estado social, con la UE...El amanecer saluda tras las cortinas y la caja de condones empaquetada ejerce su presión sobre la mesa, entre vasos vacíos y ceniceros a rebosar. Cada uno a sus aposentos que la noche tocó a su fin.
Quedaba aún el sobresalto entre las sábanas de los amigos que se reencuentran algo aturdidos en besos que saben a ron. La amistad a prueba , mientras en el cuarto de al lado se usan uno a uno los condones que compramos. ¿Por qué no trajimos otra caja? Y con ese pequeño remordimiento me duermo entre caricias y abrazos que no se parecen a nada, porque encierran sentimientos demasiado contradictorios
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