Dentro de dos años nacerá mi hija, se llamará Laura. Iba a ser rubia, con los cabellos ondulados y los ojos azules, como su padre. Pero su padre no quiso tener a mi hija conmigo y se marchó para tenerla con otra, y así al tiempo que me rompía el corazón dejaba a Laura sin padre y sin rasgos definitorios. Laura no tiene padre. Pero tiene madre, e intuyo que será por tanto una niña pequeña, flacucha y con mirada tímida que se irá curtiendo con los años, hasta casi volverse insolente. Tendrá un corazón sano, porque si de algo estoy segura, y en esto soy irreductible , es que su padre tendrá un corazón a prueba de bombas que no necesitará de ninguna máquina para funcionar.
Laura crecerá libre y aprenderá a pensar por si misma, aprenderá que las decisiones que tomé a lo largo de mi vida, quizás no fuesen las más acertadas, pero fueron las únicas que supe tomar, y entre ellas que ella naciese.
Me gustaría creer que existe un padre ideal para Laura, que podría convertirse también en un compañero ideal para mi. Pero , seamos serios, a estas alturas de la película, una ha visto ya casi de todo y está un poco de vuelta del amor. Laura no necesita un padre que me ame y que me haga cada noche el amor con pasión infernal. Pero tampoco necesita un padre que se tire en el sofá al que le va creciendo la barriga a la vez que la amargura, y que se amolde a una convivencia anodina y absurda sólo porque toda la puta sociedad obliga a ello. Laura no necesita que yo cambie mi forma de pensar, de sentir o de vivir para venir a este mundo y llenarlo con su sonrisa. Quizás sea tarde para creer en el amor, pero aún no es tarde para renunciar a un padre para Laura.
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