A veces las personas se nos quedan clavadas muy adentro, y no podemos hacer nada por evitarlo. Nos queda sentir, dejar que ese sentimiento, aunque nos desgarre por dentro, aunque parezca por momentos dejarnos sin aire, se apodere por completo de nuestra razón. Nos queda sentir, y abrazar con fuerza ese ser al que amamos, si nos deja, aunque sólo sea un segundo. Y en ese segundo, respirar profundamente su aroma, empaparnos, y guardar esa esencia en lo más recóndito de nosotros, en ese huequito de nuestra memoria en el que nadie jamás penetrará. Y cuando todo vaya mal, cuando él ya no esté, cuando ya no se dejé abrazar ni durante ese mínimo segundo, poder rebuscar en ese cajoncito en el que tenemos su recuerdo, y agarrarlo con fuerza, y respirarlo, y comprender entonces que la vida también fué eso, ese amor por encima de cualquier entendimiento, sin remordimientos y sin esperanza, sin culpa y sin fe, pero vivo y enérgico como aquel abrazo eterno que duraba tan solo un segundo.
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