Este año España tampoco ganó el festival de Eurovisión y eso que Daniel Diges tuvo la oportunidad -única en la historia del festival- de cantar dos veces su "Algo pequeñito", pero ni con esas conseguimos más que un digno puesto número quince. Ganó Alemania, que no lo hacía desde el 82, y desgraciadamente Dinamarca se quedó con un merecido puesto entre los cinco primeros, pero desde mi punto de vista un tanto injusto, puesto que para mi era el país claramente vencedor.
Que España no ganase fué lo de menos. En noches como la de ayer, 29 de mayo, lo importante no es encender la tele y votar a los países según van saliendo a actúar, sino dejarse empapar por el ambiente y sentirse una eurofan más entre la multitud, y ser feliz, que de eso se trata al fin y al cabo cada encuentro.
Que el anfitrión de una velada sea un hombre excepcional que vive el tema como nadie ayuda a contagiar el espíritu necesario para disfrutar del festival, pero también que haya comida y tartas por todas partes y que para cierre acuda un furgón policial a clausurar el evento como si se tratase de un gran acontecimiento, que en efecto lo fué.
Luego toca ronda por la ciudad, por los garitos que ponen canciones del baúl de los recuerdos que es la larga historia de Eurovisión y que están en la memoria de todos. Con acreditaciones al cuello que indican el país que nos tocó representar y que muestran que venimos de otro mundo nos hicimos hueco entre los demás y bailamos al ritmo de la nostalgia. Alemania no ganaba Eurovisión desde el 82. Y al tiempo que Diges hacía historia en el festival repitiendo su canción, nosotros hacíamos también historia a nuestra manera.
Los reencuentros también son parte del espectáculo y uno de ellos me animó de forma sorprendente. Allí estaba con su peló más corto y un modelo de gafas distinto, pero me acompañó a uno de los momentos más entrañables y extraños de la noche. Cogidos de la mano fuimos al baño, para continuar charlando mientras meábamos, algo muy normal en determinados ambientes. Y mientras yo estaba sentada en la taza del wáter él iba cortándome el papel higiénico y dándomelo a trocitos. Hacía tiempo que no experimentaba tal grado de ternura.
Que un amigo te despierte a las once de la mañana de un domingo y se tire en tu cama para decirte que está enamorado del ligue que conoció hace apenas unas horas también tiene parte de encanto, el que da esa intimidad compartida en la que no se escatima en detalles ni se averguenza uno del romanticismo. Entre amigos todo vale. Todo reconforta.
En fin, que "algo pequeñito" se hizo grande en nuestro horizonte freake y estrujamos las horas de tele como si la vida fuese eso y nada más. Ayer la vida no era puro teatro, sino puro festival
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