03 octubre, 2010

Cuando tenía veintitrés años tenía yo dos novios que compaginaba como podía, uno en Santiago y otro en Vilalba al que veía los fines de semana. La situación al principio molaba mucho, pero poco a poco se me fue haciendo insostenible y decidí ser franca con uno de los dos y dejar al otro, lo que se dice elegir, vamos. La cosa no era tan fácil porque no sabía a cual quería más de los dos. No sabía tampoco a cual quería menos. Apareció entonces en una discoteca una noche en la que yo salía a mi bola un chico de mirada azul que sin ser guapo me dejó como atontada. Nos conocimos y pasó lo típico, que nos fuimos juntos de bar en bar, de cerveza en cerveza hasta terminar en el último after abierto de la ciudad antes de irnos a dormir juntos y borrachos. Conocer a aquel chico fue la solución a mi encrucijada, no iba a quedarme con ninguno de los dos, no quería a ninguno. En una sóla noche el jovencito de ojos azules me había removido más cosas por dentro que los otros dos en los últimos seis meses. Les dejé. Les dejé por Alfredo.
Recuerdo perfectamente que cuando le conocí le conté lo que me pasaba y fue justamente ese el consejo que él me dió, que los dejase. Pensé yo que iba el a quedarse conmigo, pero no. A partir de entonces comenzó lo que sería ya para siempre la triste historia de mi vida en lo que a amores se refiere. Estuvimos un tiempo dándonos besos y caricias, pero él no pudo darme lo que yo quería. La última vez que estuvimos juntos me lo dijo con una sinceridad arrolladora y no sin cierto grado de tristeza : ojalá pudiese enamorarme de ti, ojalá estuviese enamorado de ti.
Por aquel entonces yo culpé a sus amigos de que lo nuestro no funcionase. Hoy no se si fueron ellos los culpables o es que simplemente no pudo ser. Sus amigos pusieron de su parte para que el no se enamorase, todo hay que decirlo.
Le perdí la pista años después pero nunca me olvidé de él. Pasado mucho mucho tiempo, instalada yo en otra ciudad y en otra vida , me encontré un día en el facebook con su mirada azul y casi me da un pasmo. Son esas cosas de las redes sociales, que todo el mundo tiene un amigo de un amigo de un amigo agregado y accedes a sus fotos sin querer. Allí estaba él, tal y como le recordaba. Tuve que respirar hondo para tranquilizarme. Era él. Y allí estaban sus amigos -los que tanto me odiaban- compartiendo foto con él y con amigos y conocidos míos de Pontevedra. Que la vida es un pañuelo es algo que se dice amenudo, pero realmente es así, es un pañuelo, como decía un amigo mío, lleno de mocos.
Un día tuve ocasión en un pub de tener una conversación con uno de aquellos enemigos míos que tanto contribuyó a mi desamor de entonces. No le parecía lo suficientemente buena para su amigo, pero no supo decirme por qué, quizás porque no me conocía en absoluto, porque nunca había intercambiado conmigo ni una palabra hasta ese día.
Es curioso lo que algunas personas pueden influir en nuestros destinos y como la vida nos da siempre la oportunidad de perdonar y ser perdonados. Con Alfredo me queda una conversación pendiente todavía, para darle las gracias simplemente. El me colocó en mi camino, el que habría de seguir toda mi vida aunque me llevase la mayoría de las veces a callejones sin salida. Me enseñó a seguir mis instintos, mi intuición y mis impulsos aun arriesgando la seguridad que proporciona una existencia convencional en la que siempre se hace lo que es correcto. Me enseñó, o fué el causante, de que me guié por el corazón y no escoja al hombre que quiero más de entre dos a los que no amo realmente pero que me aman con todas sus fuerzas, sino que me quede con el que deseo amar eternamente aunque para él sea insignificante o invisible. Me enseñó que el amor se desgasta y no hay que darle más vueltas, y que a veces , aunque queramos querer a alguien no podemos porque no mandamos en nuestro corazón.

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