Todos tenemos derecho a un espacio de frivolidad, en donde ser otra cosa totalmente diferente a lo que realmente somos. En el fondo es como una liberación necesaria, en una época en la que quizás no me siento demasiado feliz. Vivir frívolamente es como una especie de catarsis a la que me agarro como a un clavo ardiendo, sin pizca de remordimiento. Supongo que ahora lo que realmente me apetece es escribir desde este otro lado, desde el lado de lo banal y lo vistoso, lo que no trasciende y no deja heridas ni quebrantos. La vida no debe de tomarse siempre en serio, y a veces , simplemente debe de tomarsela una de coña para sobrevivir. En eso estamos.
Me levanto como quien sale de un sueño de mil años, aterida, con tristeza en las manos y arrugas en exceso. Recuerdo con cierta precisión mis delirios nocturnos, sueños casi siempre guarros con personas de mi entorno, de esas con las que en mi vida ni loca se me pasaría por la cabeza tener un idilio. Luego me entrego al café como se entregan los yonquis a la insulina, como un sustituto lamentable de lo que realmente necesitaría a esas horas de la mañana. Y después el día. Con su frío de invierno y sus temores, y sus llamadas de teléfono y sus sorpresas siempre desagradables. Decidí que no se puede vivir así, colgada de las lámparas siempre, con vértigo y tristeza a partes iguales. Así que, ahora mismo presento mi dimisión absoluta e irrevocable. Dimito de mi ansiedad; dimito de mi tristeza; dimito de mi mala suerte; dimito del desamor; dimito de la nostalgia; dimito del fracaso; dimito de este cansancio que se apodera de mi cada vez más a menudo. Y después de dimitir me siento muy libre para dedicarme a otros menesteres, sobre todo para dejar de ser yo misma, y empezar a construír otras formas de manifestarme.
Todos tenemos derecho a enfadarnos con nuestra vida y a mandarla al carajo cuando nos de la gana. Pues eso, que es navidad y yo no tengo ganas de pelearme con mi destino. Ni con nadie. Me lío la manta a la cabeza y ... a vivir la vida frívola que siempre he soñado.
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