11 febrero, 2011

a veces hay que aprender a desprenderse de lo que simplemente no nos causa bienestar. Cuántas veces desee esta tranquilidad de espirítu pero no sabía ni siquiera por dónde empezar para alcanzarla...El camino acertado es ir poco a poco -o de golpe, si es posible- desprendiéndose de lo superfluo, de lo que de alguna manera nos causa malestar o desdicha.
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...el amor, la posibilidad ridícula de poder llegar a tocarlo con la mano, es quizás el sendero más seguro hacia la infelicidad. La libertad empieza por liberarse de las ataduras de los deseos corpóreos que culminan en desilusión y que siempre acaban siendo decepcionantes. El placer efímero del sexo -el más efímero de todos los placeres- que no deja más que un tenue rastro en la piel que dura apenas unos segundos, es la trampa perfecta que nos impide alcanzar esa felicidad tranquila que nos reconforta al tiempo con el mundo y con nosotros mismos.
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Intuía que estaba en este punto, o al menos que avanzaba hacia este estado irremediablemente. Lo supe en septiembre y luego , cada paso no fué más que un ir cercirándome de que toda la paz que necesitaba no estaba sino en mi, a mi alcance , de una manera sencilla y natural. Era epicúrea y ni siquiera me diera cuenta.
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En otro momento de mi vida se me habría saltado el marcapasos por la boca con solo vislumbrar el contenido del sms, sin llegar a leerlo. Ver su nombre en la pantalla del móvil habría sido suficiente para hacerme saltar por los aires y dejarme sumida en la más profunda de las ensoñaciones. Ahora, simplemente leí el mensaje y con la prudencia que requería la ocasión interpreté sus palabras como lo que eran realmente, una invitación a salir de fiesta, los dos, a beber y hablar y bailar y divertirnos toda la noche dejando libres nuestros corazones, con una puerta abierta " a lo que surja".
Decliné la oferta con convencimiento, no presa de ningún tipo de estrategia, sino por puro instinto de superviviencia en coherencia con mi nueva forma de enfrentarme al mundo.
En lugar de eso, iremos al teatro. Nos sentaremos uno al lado del otro en un anfiteatro lleno de gente y compartiremos la historia que nos cuenten sobre el escenario en un gesto de complicidad tal vez mayor que cualquier tipo de acercamiento. Será su primera vez, y será conmigo. Luego le dejaré libre, con el regusto del teatro en los labios y la emoción del descubrimiento. Y se emborrachará probablemente con otra gente, y quizás tonteé con otra o con otras, e incluso puede que se acueste con alguna esa misma noche. Pero a la mañana siguiente me llamará para darme las gracias, para decirme -ahora ya sí ,en frío- que le gustó la obra y la experiencia, y estaremos indudablemente más cerca uno del otro.

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