Vereis, el otro día ebria hasta los bordes besé apasionadamente a un hombre en un pre-after de la zona, más por su insistencia que por mi deseo, y también, por qué no admitirlo, embelesada por sus cumplidos, que a esas horas sonaban hasta sinceros. Era un tipo original, que sin ser guapo, ni siquiera resultón físicamente hablando, tenía un halo de simpatía que le cubría de los pies a la cabeza y conseguía que no escapases huyendo ante su primera mirada con intención de cortejo. Su estilo era diferente, el antiestilo diría yo, y eso le hacía parecer ante los demás no sólo único sino especial y casi deseable. Pues eso, que por una mezcla de la borrachera (agua de valencia, caipirinha, vodka y cerveza) y ese encanto suyo indescriptible, acabé rendida a sus brazos, o a sus besos mejor dicho, para ser fiel a la literalidad de lo acontecido, pegada a la barra de un bar a altas horas de la madrugada. Me invitó el rapaz a comer una paellita (que por lo visto cocina y lo hace muy bien) y me hizo un montón de promesas de esas que se hacen en las barras entre morreo y morreo para conseguir pasar al siguiente paso, el de la caja de condones o el "en tu casa o en la mía". Mi embriaguez me restaba desde luego neuronas y su mirada de perrito abandonado a su suerte en un día de lluvia me conmovió sobremanera, así que fuí creyéndome una a una cada promesa que salía de sus dulces labios. Aun así no dejé que me acompañase a casa, ni le invité a venir, sino más bien todo lo contrario, le dejé muy claro que el sexo entre los dos tendría que esperar por lo menos una paella.
Así que salí sola del local caminito de mi casa cuando me abordaron unos granujas a la altura del Liceo Casino, y a mis espaldas, cual caballero andante en defensa de su Dulcinea, apareció al galope mi pequeño príncipe al grito de "sinvergüenzas, sinvergüenzas...". Me alcanzó acalorado y colérico y me preguntó que había pasado. Yo le resté importancia a lo sucedido, un par de borrachos sin más que me preguntaban a dónde ir a tomar la última y si les acompañaba, pero él se vengó a su manera repartiendo -pobrecito- una hostia a uno de los muchachos. Después de tal aventura, de ver mi vida en peligro y poner en riesgo la suya propia no hubo manera de convencerle de que podía ir perfectamente sola hasta mi casa sin que me sucediese nada malo. Se empeñó en acompañarme y esta vez le dejé caminar a mi lado más por no discutir que por otra cosa. En mi portal se comportó como todo un caballero, un beso largo en el umbral de la puerta, un te invitaría a subir pero no puedo porque tengo la casa invadida de amigos y familiares por esto de las fiestas, un mejor así para que la próxima vez tengamos más ganas de vernos, y más y más promesas, o las mismas , ya no sé.
El caso es que la noche del viernes terminó así, yo en mi casa sana y salva, durmiendo en el sofá porque había cedido mi cama a mi hermana y mi cuñado.
Al día siguiente, sobre las tres o las cuatro, me encontré con el muchacho con carita de perro abandonado bajo la lluvia rodeado de todos sus amigos. Seguía teniendo una mirada dulce y un aire de buena persona, pero ni se dignó a mirarme. Más bien evitó mi mirada. Y supongo que yo por puro instinto de superviviencia evité también la suya. Se nos cayeron todas las promesas por la barandilla del pub en el que estábamos, no cabe duda. El fingió divertirse a tope con sus colegas. Yo me divertía con los míos, y todos juntos compartíamos el mismo espacio y demasiados secretos entrelazados. No nos dirigimos la palabra, sin embargo yo si hablé con alguno de sus amigos, fugazmente,como se hacen todas las cosas en la noche. Nadie se enteró de nada. Teníamos una paella pendiente y un montón de besos en la recámara pero nos faltó un poquito de intimidad. Pero sí tuve clara una cosa, o era allí y entonces que se acercaba a mi y me decía con voz de telenovela que estaba deseando volver a verme o no sería nunca.
Pronto uno de los camareros nos desalojó diciendo que iban a cerrar. Bajé las escaleras despacio, con una última copa balanceandose en mis manos. Atrás quedaba todo. Justo antes de comenzar a bajar, frente a la puerta del baño, el hombre más guapo del mundo tenía una expresión extraña hacia mi, hostil que no llegué a entender muy bien. ¿ No sabía que de algún modo le admiraba mucho? Le di un beso en la mejilla y le dije que seguía siendo el más guapo de la ciudad. Todo volvía a su cauce. Y sin embargo, abandoné el local con un nudo de melancolía en la garganta, como si fuese consciente de que había perdido una gran oportunidad.
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