Lo único bueno, respetable y digno que puede hacer un hombre que acaba de romperte el corazón es no decir lo siento.
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Después de la decepción queda un regusto ácido, bilis en la boca, poco más; una sensación casi física de repugnancia y derrota que se asienta en tu regazo para quedarse por un tiempo.
"¿Y ahora qué ?", me dijo, como si se pudiese sentenciar en un minuto lo que vamos a hacer en el futuro con nuestros quereres después de que no han sabido ponerse de acuerdo.
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Al final de una conversación que se ha ido enfangando como si fuese su único destino posible, lo que conviene -lo que le conviene- es terminarla sin cerrar con el adiós una puerta que dificilmente podrá después abrirse. Se trata de mantenerse alerta, espectante y paciente, aguantando el chaparrón de reproches y maldiciones que salen directamente de un corazón que se siente humillado y hundido; se trata de no dar consuelo inoportuno que puede sonar a ofensa aún mayor de la que supone el desamor; se trata de no decir lo siento -bajo ningún concepto- aunque por dentro se lamente hasta el infinito cada paso que se dió; se trata de mantener intacto el hilo de comunicación que se fué construyendo a base de errores con los años y que nos une de manera irreductible.
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