Hoy amanecí contenta, y aunque los motivos son relevantes, no vienen a cuentro en este blog. El caso es que hoy será también un día relevante para muchos y también para la historia. España se coló por primera vez en las semifinales de un Mundial y se juega el pase a la final contra Alemania.
Yo, que paso de futbol, que cuando juega la selección tengo que preguntar al de al lado cuáles son los nuestros, he vivido todos los partidos de España como si se me fuese la vida en ello, movida por esa euforia colectiva mezclada con cierto primitivismo y pasión desbocada. Y hoy, para la semifinal, preparé mi uniforme cañí para gritarle al mundo entero aquella frase que me coronó en mis años universitarios y que sirvió de burla a mis amigos durante varias temporadas: "España somos todos". Esa fué mi respuesta cuando un amigo me preguntó por que pasando yo de fútbol y criticándolo tanto como espectáculo no me perdía ningún partido de la selección.
Y algún tarado o despistado como yo debe de andar por ahí, pensando lo mismo porque se han disparado las ventas de banderas de España y las ciudades aparecen forradas de los colores rojo y amarillo, como si todos fuésemos más patriotas que futboleros.
Que España no se rompe lo hace evidente esta euforia colectiva que se desata con el fútbol. Todos agitarán hoy una bandera comprada seguramente en los "chinos" por dos euros cincuenta, con escudo incluido, porque los chinos no entienden de simbologías pero si entienden de negocios. Y no hay Estatut ni sentencia del TC que pueda decir lo contrario. España es España en Sudáfrica, mientras once en pantalón corto visten camiseta roja y luchan por un sueño que hicimos nuestro.
Que el fútbol es el opio del pueblo está claro, y bendito opio si esto significa olvidar por un momento la subida del IVA, la palabra crisis, el lío del Estatut, los puñeteros mercados y el Fondo Monetario Internacional.
Hoy, pese a quien pese, España somos todos. Por lo menos hasta que termine el partido y el sueño se nos diluya entre los dedos, en caso de resultado negativo. Permitidme la ironía: Dios no lo quiera.
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