05 febrero, 2010

La situación es crítica. Me llegó la nostalgia como un manotazo inesperado, al desempolvar un libro de la estantería de mi habitación infantil. Fué una especie de vértigo azulado, que me recorrió la columna vertebral al tiempo que iba leyendo las frases subrayadas con líneas irregulares pintadas con lápiz del número dos. Estaba nerviosa la primera vez que leí las páginas de esa novela; eso es algo que se adivina fácilmente por los trazos inestables y temblorosos con los que marqué las ideas que en su día me conmovieron. Por entontes ya era yo una adolescente con cierta tendencia al dramatismo y a la exageración, pero claro, por entonces yo no tenía motivos para tanto pesimismo. Ahora la cosa cambia y no tiene pinta de que vaya a mejorar.
Con esta nostalgia recién infiltrada en las venas, me dispongo a buscar un poco de esperanza más allá de esta noche de viernes. Pero la noche es una trampa mortal para las personas que tienen espinas clavadas en el corazón.
En ese libro rescatado del olvido, encontré una definición maravillosa del amor. La marqué entonces porque yo siempre fui una adolescente excesivamente romanticona y aburrida que disfrutaba en demasía de las pasteladas de los asuntos amorosos, aunque fuese de las que les sucedían a otros. Hoy al leer esa cita siento un poco de vergüenza, lo confieso, y también un poco de pena. Supongo que es lo que me duele, esa pena por la juventud perdida, por la inocencia perdida....No me gusta dejarme arrastrar a la ligera por esos lugares comunes, pero a veces la vida nos lleva a todos al mismo callejón, sin que nadie pueda escapar a determinados influjos o sensaciones. "Amaba su olor, su pelo, su forma, su ternura, su desamparo. ¿Qué hacer con ese amor? Daba miedo. Mareaba. ¿Cómo hacer para que ninguno de los dos lo dejara morir? En esos momentos era imposible recordar cómo había vivido tantos años sin Horacio, e inconcebible imaginar cómo iba a ser cuando tuviera que vivir sin él."
El amor me mareaba entonces, y todavía hoy me marea. No lo describiría así y mucho menos marcaría esta cita en un libro, pero sí es cierto que la sensación de mareo permanece. Y también permane una pequeña punzada en el estómago que luego parece atravesarme de arriba a abajo como una corriente eléctrica. Y los temblores. Los temblores que me produce la proximidad de un cuerpo al que amo y deseo. Desde los veinte años reconozoco fácilmente cuando un hombre va a marearme la vida, aunque conscientemente ni siquiera note que me gusta demasiado o encuentre facetas de su personalidad insoportables. Tiemblo. Da igual lo que piense de ese hombre, da igual que me parezca un auténtico imbécil o que le vea monstruosamente feo; si tiemblo al estar cerca de él , acabaré enamorándome sí o sí.
El mareo y el temblor siempre fueron en mi subconsciente asociados a los estados de enamoramiento. Me hizo gracia por tanto esta cita "mareaba", como si lo que he sentido a lo largo de mi vida lo hubiese sacado de un libro. Lo cierto es que no recuerdo si fui yo la que primero asoció el amor al mareo o copié la idea de Paula Pérez (la escritora de la novela). En todo caso , sea como sea, yo la hice mía hasta el día de hoy. El amor marea y el desamor nos deja una naúsea amarga e infinita que nos ahoga. Creo que la mayor declaración de amor que he hecho en mi vida fue en este sentido, contundente y desde mi punto de vista altamente valiente y dedicida: "maréame la vida". Creo que en aquel momento, nadie me correspondió.

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