02 marzo, 2011

Quiero tenerte entre mis brazos como la primera vez que nos vimos, inocentes y desconocidos, entregados a los besos y al sexo con pasión y humor, a partes iguales. Tengo la sensación de que no se terminaban aquella tarde ni el sexo ni las ganas. Tu posabas suavemente -como por descuido- tu mano derecha sobre mi pecho izquierdo y lo demás era un recorrido ya trazado que nos aprendimos de memoria: un buscarse de bocas, de sexos húmedos y calientes y una risa floja y complaciente como única banda sonora de nuestro primer encuentro. Nos pareció una manera original de conocernos, desde luego. Y bromeábamos con eso igual que con todas las cosas serias y mínimamente reprochables que se nos ocurrían. Se parecía mucho al amor aquella tarde de domingo, ¿no lo crees tu también ?
Afuera llovía, incluso vimos el reflejo en la pared de algún que otro trueno, y de unos tímidos rayos de sol que le dieron una pequeña tregua a la tormenta. Recordamos el mito de Platón y nos reímos muchísimo. Nosotros -dijimos- no estamos presos con cadenas. Y sin embargo no podíamos movernos.

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