28 abril, 2010

A LUIS QUINTANA... para que vuelvas


Toda revolución se asienta sobre una única palabra: no. El paso del tiempo es inexorable. Desde estas dos verdades -entre otras muchas- se enfrenta a nosotros Luis Quintana subido a un escenario pontevedrés, para contarnos, para cantarnos, que antes las cosas importantes sonaban fascinantes en voces de Epi y Blas. Y desde ahí, desde ese territorio conocido por todos nosotros, que es nuestra infancia, nos habla de generaciones enfrentadas que conviven sin remedio : el tiempo de la consola, el móvil y el sms, frente a aquellas primeras llamadas que se hacían a un teléfono que empezaba por nueve en vez de por seis, y al que contestaba siempre el padre de la chica.

Porque Quintana dibuja como nadie una generación que perdió su juventud pero que no encuentra todavía su sitio en el mundo de los adultos. La generación concebida -o nacida, qué mas dá- en mayo del 75, cuando murió Franco y daba comienzo una nueva época llamada democracia.

Ahonda desde el escenario en la nostalgia, apelando a personajes de la tele, héroes de ficción o antiguas novias que se hacían las estrechas en la hora de las lentas de las discotecas, y entre canción y canción, va desgranando su vida al tiempo que destapa también todos y cada uno de nuestros secretos. ¿Quién no espió alguna vez a su vecina de enfrente? (Yo recuerdo que incluso utilizaba primáticos en un cuarto de estudiante en Santiago de Compostela). ¿Quién no se enamoró de la chica de la farmacia o del chico del supermercado (como fué mi caso)? ¿quién no tiene algún amigo que deshecha apáticamente cualquier plan que se le proponga, quién no ve en el ser amado las siete maravillas del mundo y a quién no le tenblaron las piernas alguna vez cuando alguién le habló de sexo como si le hablase de economía?

Escuchar a Luis Quintana es escuchar el eco de toda una vida que se va esfumando entre los dedos, y al mismo tiempo, sentir esa punzada que sentimos aún los treintañeros, esa punzada que nos hace ver que aún seguimos siendo jóvenes, a pesar de no tener el carnet joven desde hace una eternidad.

Y en martes trece, Quintana supo que el amor no se resistía nunca a abandonarle, y le dijo a esa mujer que se entrenase con el en el amor, y gritó "amarás a Mara" viendo el telediario de la 2, sin sentirse cursi , ni romanticón ni pasado de moda.
Cantó una canción a un baño, exponiendo sublimemente el destino fatal de los baños de los bares de hoy en día -braguitas a la altura de la voz- y supo mejor que nadie comparar el fútbol con la vida.

Y cuando por fin se fueron apagando las luces sobre el escenario, y llegaron los últimos aplausos y la hora de los fans pidiendo autógrafos, una chica -servidora- se acercó pidiendo tan sólo una fotografía con él. Ni dos besos pidió , presa de los nervios como estaba. Ni alabó su conciertazo, su voz ni sus canciones.

Desgraciadamente tuve que marcharme por motivos que no vienen a cuento, con el corazón en un puño y los ojos de Quintana clavados a fuego en mis pupilas. En aquel momento La cabaña era el único paraíso posible, y Luis Quintana el único que podía habitarlo.

La vida es un beso -pensé- e imaginé ese beso que es la vida, ese instante en su boca. Mi corazón tenía una única dirección recta, decidida, implacable. Pero mi cuerpo se dejó vencer por la inercia de las obligaciones de un martes cualquiera, y abandoné La cabaña como quien abandona el último resquicio de felicidad que le ofrece la vida, de una manera imperdonable.

Ya en mi habitación no puedo más que pensar en sus canciones, torturándome escuchándolas una y otra vez, al tiempo que imagino su sonrisa, y lo que es peor, el tacto de sus manos. Y sueño, desde la edad triste a la que él canta y con la que se identifica, que un día cualquiera, a la una en punto de la madrugada, en una discoteca cualquiera, bajarán un poco las luces, sonará una suave canción de Juan Luis Guerra, (por ejemplo "quisiera ser un pez para mojar mi nariz en tu pecera...") y él, Luis Quintana, se acercará lentamente a mi, me tocará en el hombro con un tímido dedo, y me susurrará al oído < ¿bailas? >.

No hay comentarios: