13 agosto, 2013

Encuentra lo que te gusta, y deja que te mate...Supongo que todos deberíamos funcionar así, dejándonos matar por lo que amamos, pero...¿Y si no sabes a los 38 años lo que te gusta? A mi a veces me gusta escribir, y lo hago con pasión y sin esfuerzo, como si brotase la escritura por arte de magia. Otras veces me gusta leer novelas  sencillas sobre rupturas sentimentales o traiciones amorosas que terminan desastrosamente mal. A veces, me gusta simplemente ver Gran Hermano y creer que se trata de todo un experimento sociológico del que puedo sacar conclusiones con una alta dosis de cienticismo. Pero sé que no me gusta el derecho. No soporto las normas, ni los códigos ni las sentencias ni los jueces ni los tribunales. No soporto la ley. No soporto a los abogados. Me gusta depertarme tarde , con besos pastosos en la boca y las sábanas pegadas por el sudor. Me gusta dormir con la ventana abierta en las noches de verano. Me gusta el olor a hierba mojada. Y escuchar las historias de los viejos, sobre todo las historias de los que fueron a la guerra y sobrevivieron. Y de los que no fueron y que por eso consiguieron sobrevivir. Y me gusta tumbarme en el sofá sin hacer nada, mirando al techo, pensando en la última frase de un libro, esa que resume con contundencia todas las emociones, que te destroza de alguna manera, que te deja exhausta, al borde del suicidio. Me gusta el cine clásico. El cine de vampiros. El cine que cuenta historias futuristas de terror, la humanidad robotizada luchando hasta el último suspiro por conservar el último resquicio de humanidad. Y me gusta la cerveza , sobre todo en los chiringuitos de la playa. Mejor en buena compañía.
 
 
La cerveza en los chiringuitos de la playa
 
Conseguimos ponernos en contacto por teléfono a pesar de que por aquella época no existían los móviles. Y quedamos en el chiringuito de la playa de Baltar, en Portonovo. Yo llevaba -lo recuerdo perfectamente- una camiseta rosa con dos ranitas verdes sentadas tomando el sol, y unos pantalones verde militar. Tenía por aquel entonces el pelo corto con efecto despeinado y teñido de naranja,vamos que tenía un aire a Pumuki por aquel entonces que me hacía parecer más simpática que atractiva. Supongo que pasamos la tarde de sábado sentados mirando al mar y apurando cañas como si no hubiese mañana. Nos gustaba a los dos beber y hablar. Y nos gustaba el sol y el verano. El dijo " Esto es vida", lo recuerdo perfectamente. Y tenía razón. Éramos jóvenes, aunque ahora no acertamos a ponernos de acuerdo con la edad que teníamos. Entre 21 y 24 años. El asegura que era el año 97. Después de aquella tarde de embriaguez en todos los sentidos, porque yo también me sentía borracha de amor, y no sólo de cerveza, vinieron otros momentos muy bonitos que se sucedieron verano tras verano. Alguna tarde en la playa, paseos nocturnos , sexo entre los pinos y besos y más besos...Supongo que no nos sacamos todo el partido que deberíamos, pero , quién lo sabe. El estudiaba en Salamanca. Yo en Santiago de Compostela. El pasaba los veranos en la casa de sus padres en Portonovo, y yo iba por allí dos o tres fines de semana del verano. Me quedaba en el camping , que en Baltar es como una cárcel de alta seguridad. Así que, lo nuestro fueron los encuentros en la playa y en el asiento de atrás del coche. Luego el me acompañaba por la entrada nocturna del camping. Nos despedíamos con un beso en la boca y hasta la próxima. Nos saludábamos con dos besos en la mejilla. Han pasado casi veinte años y hay cosas que siguen siendo igual. Otras son totalemente diferentes. Lo de los besos en la mejilla para saludar, me continúa poniendo de los nervios. Si hay confianza, si tenemos un cierto grado de intimidad , y si no podemos considerarnos amigos, ¿por qué nos empeñamos en ese ritual que tanto nos aleja de lo que en realidad somos? Pero se nota el paso de los años, la vida a nuestras espaldas. Somos más sabios, más generosos, más calmados, más sensibles. Quizás, y es lo que lamento un poco, menos pasionales. Todo empezó en aquel chiringuito de la playa. O incluso antes, en la llamada que yo hice al fijo de la casa de sus padres un domingo , desde la casa de la Tina. Y lo mejor es que no puedo todavía contar cómo termina esta historia porque lo desconozco. Ayer nos tomamos una caña al lado de mi casa. No sucedió nada más. Pero yo me sentí tan ebria de él como a los veinte años. Espero tardar mucho en escribir el final de la historia.

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